martes, 21 de octubre de 2008

La ruta de las especies


Días atrás fui a un almuerzo en un restaurante en el barrio chino, ese donde todo el mundo esta feliz.
Pese a mi gusto por las más variadas comidas de distintas culturas, mis elecciones dentro cada gastronomía étnica suelen ser reiterativas. Y si de comida china se trata, rara vez me aparto de un chop suey, un pollo con almendras, unos fideos de arroz o fideos saltados. Esta vez hubo más variedad.
Uno de los comensales pidió un “pollo kun pao” que llego enseguida. Mi gula no tuvo contención y pese a que lo escuche a mi amigo decir “uy, esta picante”. Mi tenedor estaba demasiado cerca de mi boca como para que mi cerebro le ordene frenar y además como siempre comí picante, no le temo. Cuando el tenedor llego efectivamente a mi boca, mi paladar instantáneamente tuvo un deja vu.
Era la primera semana de Junio del año 2000, estaba en Londres alojado en casa de un amigote escocés llamado Gordon. Él tenía la altura de una puerta, el ancho de un ropero, era muy amable y hospitalario, le encantaba beber y cocinar de todo.
La primera noche preparo un pollo estilo hindú. Disolvió en aceite de sésamo comino, cúrcuma, cardamomo, canela, pimentón dulce y sobre todo mucho pimentón picante. Reahogó cebollas y pimientos, salto unas pechugas trozadas, le agrego tomates picados y lo dejo cocinar a fuego lento. Cuando estaba casi listo lo probó y dijo que le faltaba picante. Ahí nomás le vació medio frasco de salsa tabasco.
Sirvió en mi plato el pollo acompañado de arroz, en forma abundante, de acuerdo a su tamaño y mi fama de buen diente. Con el primer bocado mi lengua y mis labios murieron en el acto y sin sufrir. El segundo se llevo mi paladar y de ahí en adelante seguí comiendo con normalidad porque ya no tenía nada que perder.
Pocos días después, al volver juntos de un pub, Gordon estaba exultante. Portugal había dejado afuera de la Eurocopa a Inglaterra y la cara de decepción de los ingleses lo había hecho muy feliz. Ni bien llegamos a su casa se puso a preparar un chili con carne. Si bien estaba más picante que la comida hindú, lo comí sin dificultades por carecer de sensibilidad en la boca. Quizás las cuatro pintas de cerveza que tenía adentro, hayan ayudado. Lo que me desconcertó esa vez fue apreciar al día siguiente que las semillas de los chiles salían de mi organismo sin sufrir cambio alguno. Estaban enteras y producían una sensación de ardor.
Recupere el aliento y seguí comiendo mi pollo kun pao. Aunque nuevamente mi boca había sido aniquilada no pude parar de comer hasta terminar el plato, inclusive sabiendo las calidas consecuencias que me esperaban al día siguiente.

martes, 30 de septiembre de 2008

Motricidad fina


Dedicado a mi amiga Madda, testigo de mis desastres.

Ayer mientras montaba laminas para entregar un concurso, con mucha prolijidad y precisión, recordé que varios años después de recibido de arquitecto mi papá me comento “cuando me dijiste que ibas a estudiar arquitectura, me preocupe” y en ese entonces yo muy suelto de cuerpo le había respondido “no entiendo porque, vos sabes bien que la arquitectura es una disciplina intelectual y no una artesanía”.
Si cuento mi historia solamente puedo reconocer que tuvo razones para preocuparse.
La historia comenzó a manifestarse claramente cuando yo estaba en segundo grado. Mi maestra, Marta, solía explorar los fondos de mi portafolio. De ahí separaba sándwiches que llevaban días de estacionado, de cuadernos aplastados como por una compactadota contra el fondo. Tiraba los primeros y se llevaba a su casa los segundos, donde amorosamente planchaba hoja por hoja con una pava caliente para traerme nuevamente los cuadernos al día siguiente. A corta edad mi desprolijidad era notoria.
Todo empeoro cuando empecé el secundario, salido de una primaría privada y progre empecé en una escuela publica “sin lugar para los débiles”. En la primera semana conocí a quien sería mi profesora de actividades prácticas, una de las materias más importantes para un bachiller.
En el primer trabajo empezaron mis problemas, dos collages que empezaban en la hoja y terminaban en el pupitre de mi compañero de banco. No entendía de limites, ni los del papel, ni los de la técnica, ni siquiera los de la propia mesa. Mis obras eran como el big bang sin ninguna calidad artística. Para ser claro, un enchastre inmundo de porotos, arroz, yerba mate, papel mal cortado y plasticola en sobredosis. La señora María Teresa Gallardo, era implacable. Sin contemplaciones me puso dos “No alcanzo los objetivos” en forma consecutiva. Pero como lo suyo era la pedagogía les mando una nota a mis padres a ver si me podían ayudar. Y eso hicieron.
Mi papá, profesor titular de la facultad de arquitectura, me propuso que yo le llevase lo que había que hacer que el se ocupaba. Y así, empecé a concurrir a clases con una magnifica caja de cartón con forro y papel de guarda, u block de hojas impecable y muchas cosas mas que causaron el orgullo de mi profesora. Para fin de año, yo era su mejor exponente de la frase “querer, es poder” y terminé con excelentes calificaciones.
Como la vida no es perfecta, la currícula del secundario preveía un segundo curso de actividades prácticas. Y bien es sabido que segundas partes nunca fueron buenas.
Al poco tiempo de empezar el año, me junte con el grupito del fondo, deje de anotar lo que tenía que hacer. Y de esta manera, los duendes del zapatero dejaron de producir las maravillas con las que había conquistado el corazón de mi profesora el año anterior. El año avanzaba y yo no entregaba ningún trabajo, ni bueno ni malo. Mi viejo me hubiese ayudado con gusto pero nunca fue de andarme encima a ver que tenía que hacer.
Así, para fin de año yo solamente había entregado un prolongador eléctrico que me habían prestado y una caja de madera que había hurtado de la preceptoría. El resultado fue una súbita ida a examen de Diciembre, al cual no asistí por tener un esguince en el tobillo. De ahí, fui directo a Marzo.
Transcurrido el verano, me dispuse a dar a la asignatura pendiente. El gran desafió era el “libro cosido”. El mismo consistía en comprar un block. Cortar la parte de atrás, hacerle unas incisiones con una trincheta, pasarle unos hilos en las ranuras, cortar unas tapas de cartón, unir las tapas en forma móvil con cuerina, pegar las hojas con las tapas y forrar la parte interior de las mismas con papel de guarda.
Mi papá y mi mamá estaban preocupados, por más que yo había pasado de año al terminar las clases y nunca había tenido dificultades en la escuela. Pero a diferencia del año anterior donde había liquidado todas las materias a fin de año, todavía en marzo tenia gimnasia y actividades prácticas pendientes.
Con muchos años de anticipación, mis papás, inventaron una estrategia al mejor estilo de los simuladores. Mi papá hacia el “libro cosido”, yo lo llevaba en la mochila, me hacía el que trabajaba y al final del examen cambiaba mi esperpento por la maravilla paterna.
El plan era perfecto y todo transcurría de maravillas durante el examen. Todo estaba tan bien que, en vez de simular, apoyado por tener un as en la manga me puse a confeccionar “el libro cosido”. La motricidad fina brotaba de mi como nunca, cortaba cartones en un perfecto ángulo recto, cosía como nunca, pegaba sin que una gota de boligoma excediese los limites definidos. Todo era tan perfecto que cuando termine, realmente me sentí orgulloso de mi mismo. Y fue tan así que decidí no arruinar una jornada tan buena con una trampa y presentar mi obra cumbre de la prolijidad.
Camine serenamente hacia la profesora, la mire con satisfacción y le dije “termine, acá está”. Ella tomo con las dos manos el “libro cocido” me miro como desconcertada, como con un dejo de insatisfacción e incredulidad por lo que estaba pasando. Diría que casi con la tristeza de alguien que se siente decepcionado. Ella estaba esperando que yo fracase y cuando todo hacia parecer que se quedaría con las ganas, abrió el “libro” y una sonrisa ilumino su cara. Podría decir que le volvió el alma al cuerpo. Me miro fijo, abrió mi obra maestra y me dijo “que pena, pegaste al revés el papel de guarda”. Efectivamente la estampa estaba pegada sobre el cartón y el reverso había quedado a la vista. Sin ningún gesto de piedad sentencio “bueno, nos vemos en julio”.
Mi mamá ya no sabía que hacer, durante ese cuatrimestre me compraba estampitas para que practique bordados, yo le decía que no se preocupe, que dentro de los próximos tres años confiaba en aprobar la materia y recibirme de bachiller. Pero eso no la consolaba.
Transcurrieron los meses y llego el día del examen. Cuando entre ví a mi compañero Hernán, al que le faltaba una mano, quien también tenía una deuda con María Teresa Gallardo. Comprendí entonces que la situación era sería, ahí no había piedad para nadie.
Cuando ella llego, me llamo y me pregunto que había traído y que iba a hacer. Ni bien mencione el “libro cosido” me dijo “bueno, hace eso”. Debo reconocer que a esa altura de mi vida, mi cerebro había olvidado cualquier pista de cómo se hacía mas allá de un pocas y rudimentarias nociones. Corté, pegué, cosí y sobre todo transpire por dos horas a pesar de los cinco grados de sensación térmica. Cuando promediaba la mañana se me acerco la profesora y me dijo “mm me parece que eso no va ni para atrás ni para adelante”. Fue un instante, solo eso. Mire de reojo, ví que un compañero estaba haciendo el prolongador eléctrico, puse cara de “chihuahua compungido”, la mire a los ojos con la mirada triste y conteste “es que yo quería hacer otra cosa”. Creo que ahí nomás debería haber entrado en el conservatorio del San Martín, ya que logre conmover a semejante bruja de tal manera que replicó con tono maternal “¿Qué querías hacer?” “el prolongador” solloce y ella asintió diciendo “hacelo nomás”. Pelé el cable en cinco minutos, lo atornille a los enchufes macho y hembra y lo entregue. Y antes de volver a la normalidad me aprobó con cara de no te quiero ver nunca mas, y me fui silbando bajito.
Años después termine el secundario y con el tiempo me recibí de arquitecto. Ya no me olvido sándwiches en el fondo del portafolio pero creo que no podría hacer un “libro cosido”

lunes, 4 de agosto de 2008

Regalos


Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros. (*)

Será porque nací un 24 de diciembre o quien sabe porque pero no soy un tipo muy adepto a comprar regalos. Y menos que menos, para navidad. Es mi cumpleaños ¿Qué es eso de pasear por lugares llenos de gente que ocupa los negocios, las calles y que hace que los precios suban?
Y todo esto ¿Por qué?
¿Por que la coca cola le pareció que Papá Noel era un buen elemento de Marketing? ¿Qué paso con los reyes magos? ¿Les cortaron el crédito? ¿Pasaron a ser la segunda marca de Papá Noel, al igual que “La Armonía” lo es de “La Serenísima”?
El otro punto es tener que comprar regalos en una fecha predeterminada por el simple hecho de que la tierra pego una vuelta más al sol. Es muy poco inspirador para un regalo. Da lo mismo comprar, ropa, un cd, un libro, una botella de vino o cualquier otro regalo “anónimo”.
Peor aun, hacer de cuenta que uno le regala una licuadora a un amigo que se casa, cuando en realidad lo que esta haciendo es poniendo plata en una casa de electrodomésticos.
El día que mi ahijado aprendió a caminar tuve en claro que merecía un regalo y que lo apropiado era un par de zapatillas. Un buen regalo sería una bicicleta por el simple motivo de que me gustaría ayudarlo a aprender a andar en bici pero seguramente esperare la excusa de que sea su cumpleaños y no el justo momento en el cual sus pies lleguen a los pedales.
A mi hermana en cambio le encanta comprar regalos, inclusive para navidad. Debe ser porque cumple años a fin de enero. Durante muchos años festejo su cumpleaños en familia, cuando fue un poco mas grande lo hizo de vacaciones con alguna amiga y probablemente con Kwai Chang Cain.
Frecuentemente entre ella y mi hermano compran casi todos los regalos que hacemos al resto de la familia. Al volver de hacer las compras navideñas me dicen “falto el regalo de papá, te toca comprarlo”. A esta altura lo dicen resignados, como quien le habla a alguien con “capacidades diferentes”. Saben que a mi viejo le gusta de todo y se va a poner contento con cualquier cosa que reciba.
Eso si, cuando tienen ganas de hacerme sudar me arrastran a la compra del regalo de mi vieja. Ella no escucha música, es muy selectiva con las cosas que lee, a esta altura de su vida no hay nada que necesite demasiado y casi siempre terminamos cayendo en comprarle alguna “pilcha” por Palermo. No puedo evitar sufrir un poco. La misma cantidad o menos de tela que llevaría una remera de hombre, la de mujer cuesta más del doble de lo que costaría en un negocio para el sexo masculino. El paseo suele durar horas para terminar comprando algo que de no ser ropa posiblemente no le guste a mi vieja.
Tengo que reconocer el gran empeño de mi hermana al respecto. Hace unos días se estaba yendo de vacaciones a Córdoba y preguntó que nos traía de las vacaciones. Mi papá contesto “alfajores”. A lo que yo agregue “No tengo problema en que no te acuerdes de mi en todas las vacaciones y compres Havanna en retiro, pero de ninguna manera traigas alfajores rellenos con dulce de fruta como los de Estancia el Rosario”.
Es así, soy un sentimental. Prefiero una buena bebida espirituosa comprada en el free shop a la vuelta a que me traiga un rico licor regional que me parta el hígado. Y creo que si fuese mujer no me ofendería si me comprasen un perfume en las mismas circunstancias antes que recibir un perfume de pachuli comprado a una hippie al costado de la ruta.

* Groucho Marx

domingo, 3 de agosto de 2008

Robolacas



Llevaba un rato dando vueltas en mi cama cuando de pronto escuche unas voces femeninas. Por mi cabeza circulo una apuesta imaginaria como una bolilla girando en una ruleta acerca del idioma que estaba escuchando. Enseguida la realidad me demostró que ese sonido era castellano y con acento típicamente porteño. Lo que hizo de este un hecho curioso fue que mi cama estaba en un Hostel en Berlín al cual había llegado con mi eterno compañero de viajes esa mañana. Un rato después estábamos todos hablando los cuatro con la típica confianza de argentinos que se encuentran de viaje.
A la mañana siguiente mi amigo y yo nos levantamos temprano y fuimos a desayunar. Luego, mientras yo lavaba ropa, el volvió muy contento. Había arreglado una cita con su “novia” polaca, Kasha, quien iba a venir esa noche desde Varsovia acompañada por una amiga, Agnesca. Fenómeno pensé. Un rato después supe que algo estaba mal, había algo que flotaba en el aire y lo empecé a percibir en el momento que nos encontramos con las chicas argentinas, Lorena y Cecilia, y estas de motu propio nos invitaron a salir esa misma noche y les contestamos que desgraciadamente ya teníamos planes y esa era nuestra última noche. No es que fuesen bonitas, ni tuviesen nada demasiado especial, pero hay algo en mi cabeza que suena cada vez que aparece una oportunidad que no se puede aprovechar. Una especie pensamiento mágico que me dice que lo que desperdicie en ese momento lo voy a lamentar mas adelante.
Preocupado por la cuestión me cambie y salimos a caminar por Berlín junto con mi compañero. Después de girar todo el día terminamos en una vinería de una española que se llamaba Aída. Nuestro plan era cenar en la casa del tío de la “novia” argentina de mi amigo y después salir con las polacas. Aída era muy simpática pero por sobre todos sus atributos tenia en escote muy prominente del cual era muy difícil apartar la vista. Después de degustar todo lo que nos dio y comprar una botella para llevar a la cena él se fue a bañar y yo me quede conversando con la española. En algún momento de la conversación salio el tema de la “novia” polaca y la “novia” argentina” de mi compañero y ella me respondió con su mejor acento “pues claro, por la forma que me miraba me di cuenta yo que ese chico es de los que tienen mas de una novia”.
Dice el manual del viajero ratón que si es gratis es bueno, así que sin chistar fuimos a cenar a la casa del tío argentino.
Después, muy puntualmente, nos retiramos para buscar a las kasha y Agnesca en la estación Alexander Platz.
Como eran polacas y no suizas llegaron más de una hora tarde. La “novia” era de altura normal, pelo entre castaño y rojizo y con una buena delantera. Agnesca era enormemente alta, de cara muy bonita y con unas tetas descomunales. Mi socio hizo el papel de noviecito con Kasha y me dejo a la polaca que vino del frió. La sensación era casi de estarla viendo por Internet, estaba ahí pero no había forma de tocarla.
Cruzamos la ciudad a la zona hasta llegar a la zona del Zoo. Salimos de underground en una calle llena de bares muy simpáticos y nos sentamos a tomar unas cervezas. Cuando les preguntamos que querían hacer, las vecinas de Varsovia respondieron para mi asombro que les gustaría ir a bailar salsa. Mire la cara de mi amigo y supe que la respuesta era en serio, no se trataba de un extraño caso humor eslavo ni de ninguna cosa que yo no comprendiese. Sencillamente querían bailar salsa. Nosotros no teníamos ganas de hacerlo y no sabíamos bien como resistirnos cuando ellas descubrieron con gran decepción que igual no podíamos ir. Tras haber examinado nuestros atuendos habían visto que estábamos en zapatillas. En Berlín se baila salsa en zapatos o no se baila salsa. En zapatillas no se puede pasar.
Creo que fruto de su decepción Agnesca decidió tirar su primera frase matadora. Hizo una insinuación de un pensamiento sobre los latinos, tiro la piedra y escondió la mano, entonces le insistí para que dijera lo que estaba pensando. Y lo dijo nomás “un latino, es un hombre que tiene muchas mujeres y les miente a todas”. Sencillamente lapidaria.
Al rato nos dirigimos a una discoteca en la cual admitían gente en zapatillas. No solo eso, también admitían gente vestida con ropa del tirol, disfrazados de astronautas o sencillamente travestís.
El lugar era muy extraño, tenia quince bares adentro que circundaban cuatro pistas, en cada una pasaban distinta música pero sin ningún tipo criterio u orden temático. Después de un tema tecno podía seguir uno punk, luego una balada y continuar con un rock & roll.
Nos sentamos en uno de los bares a un costado de la pista a seguir tomando cerveza en vasos gigantes. Y continué la conversación con la polaca los más amenamente posible pese a saber que la cosa no iba a ningún lado.
En un momento comenzó a sonar un tema de Sigue Sigue Sputnik, ellas se miraron entre si, dijeron al unísono “esta nos gusta” y saltaron a la pista a demostrar lo aprendido en la academia tropical de Varsovia. Si bien los pasos parecían ser técnicamente correctos para un lego en salsa, la gracia para ejecutarlos era propia de Robocop y la marcha tecno que sonaba de fondo poco me hacia recordar al caribe. Ver para creer, con eso me dije que no necesitaba nada mas esa noche y propuse la retirada. Pensé que al menos podría salvar un poco de sueño para el siguiente, pero me equivoque una vez más. Cuando llegamos a la estación de tren descubrimos que el “expreso de oriente” que regresaría a nuestras heroínas de la danza no salía hasta las seis de la mañana.
Faltaban dos horas y decidimos acompañarlas hasta que llegase el tren. Y ahí si, finalmente cogí algo. Un resfrío que me acompaño un par de días más.

domingo, 13 de julio de 2008

Gira mágica y misteriosa.


Año 2000. Un peso igual a un dólar. Una noche calurosa de enero decidí viajar a Europa. Había pensado mil veces en hacerlo pero me había faltado plata o me había faltado la convicción que halle esa noche.
Eran los últimos días de abril cuando llegue a Venecia. Después de unos días geniales en compañía de amigos por Praga, Berlín, Heidelberg y Munich el arribo a “la serenísima” no fue el mejor. Ningún hostel tenía lugar y termine tomando un cuarto simple en el peor hotel de la ciudad por cuarenta dólares por día.
La noche anterior había sido rara, viajando solo en un camarote de un tren larga distancia, con un amable guarda de tren alemán que se había quedado con mi pasaporte hasta la llegada. Tras varios días de sol, terminar llegando a Venecia en un día nublado, mal dormido, con el tren fuera de horario y alojado en un hotel que era diez dólares mas caro que mi presupuesto diario total era una sensación muy mala.
Una vez instalado, me cambie y decidí salir a caminar. Pensé “al mal tiempo, buena cara. Caminar es gratis, es sano y es bueno para conocer una ciudad nueva. Como si fuese poco, encima es algo que me gusta hacer”. Pero como las desgracias no vienen solas, a los doscientos metros se largo una lluvia intensa que mi piloto liviano no podía resistir. Me refugié bajo un toldo esperando a que amaine un poco el temporal pero pronto comprendí que era una lluvia cariñosa y que se había aquerenciado con el lugar. No iba a parar de llover por un buen rato.
Pensé en mis opciones, irme al cuarto microscópico de hotel a deprimirme, tomarme el “vaporeto” por cinco dólares o comprarme un paraguas azul largo de varón por diez. La decisión fue instantánea, el paraguas. Si bien el “vaporeto” era mas barato, si la lluvia se llegaba prolongar y tenia que tomar uno de vuelta se acababa la economía. Pero por sobre todas las cosas, me perdía del efecto inverso a la ley de Murphy que podía tener un paraguas. Si lo más probable es que llueva cuando uno no tiene con que protegerse, contar con piloto y paraguas era casi una garantía de que va a salir el sol tan pronto como para sentirse ridículo de tenerlos a cuestas.
Dicho y hecho, luego de caminar unas cuadras con mi flamante paraguas nuevo, salio el sol y me acompaño los quince días siguientes de paseo por Italia, el paraguas también. Conocí Roma, Pisa, Siena y Florencia. De donde partí a Milán para tomar otro tren a Barcelona.
Esta vez no iba solo en el camarote. Mis compañeros de viaje eran un negro africano del tamaño un ropero y dos italianos muy cancheros de Padua. El guarda, esta vez español, llego dos minutos antes de que arrancase el tren y nos pidió los pasaportes. Los tercermundistas, el negro y yo por supuesto, se los dimos rápidamente mientras que los tanos se miraron con cara de asombro. No tenían nada, ni pasaporte, ni documentos, ni tarjeta de residencia o cualquier otra cosa que pudiese demostrar su identidad. El gallego se alejo refunfuñando que eso no estaba bien y que íbamos a tener problemas.
El tren arranco, al cabo de unas horas se hizo de noche y me comí la vianda que me había preparado una chica muy simpática en un almacén de Florencia. Me tome el vinito que había comprado y me acosté a dormir. A todo esto, el negro también se había traído una botellita de vino. Se servía en un vaso de plástico y tomaba en tragos pequeños. Era realmente muy delicado en todo su proceder a excepción de los sonoros eructos que proferiría cada tres o cuatro tragos. Igual tuvo la deferencia de explicarme que si no lo hacia, el vino le caía muy pesado. Siendo que se trataba evidentemente de un problema de salud y no de educación me dormí tranquilo.
Así transcurría mi viaje en los brazos de Morfeo cuando a mitad de la noche empezaron a golpear la puerta del camarote violentamente. Me desperté casi sin entender nada y abrí la puerta. Mi confusión fue aun mayor cuando dos energúmenos vestidos como el sargento Dodó comenzaron a decirme “pasaporrrté, pasaporrrté”. Yo estaba todavía acostado en la cucheta de arriba desde ahí lo que me permitió ver que atrás de estos sujetos estaba el guarda español. Lo señale y les dije “lo tiene él”. El gallego les aclaro que quienes no tenían documentos eran los tanos y acto seguido fueron bajados en algún lugar de la noche en algún momento de Francia. El tren arranco de vuelta, el negro que a esa altura también se había despertado eructo un rato mas y yo me volví a dormir hasta que llegamos a Barcelona.
Me tome el metro y llegue temprano a la casa de un amigo que me había ofrecido alojamiento y me estaba esperando. La recepción supero mis expectativas, Para el mediodía tenía planeado un asado y futbol para la tarde. Cuando subimos a la terraza para prender el fuego vi el cielo cubierto por nubes negras y me di cuenta que me había olvidado el paraguas en el tren.
El asado lo pudimos terminar antes de que se largue a llover, así como también termine mi viaje un mes después habiendo recorrido Madrid, Paris y Londres también.
Al poco tiempo de volver a Buenos Aires decidí irme a vivir solo y la fortuna hizo que un amigo me prestase un departamento en el centro. Los domingos cenaba en casa de mis papás y después tomaba el colectivo de vuelta a mi nueva casa.
Una noche de domingo, saliendo de la casa de mis papás, tome el colectivo 29 mientras diluviaba, había salido temprano a la mañana sin siquiera una campera impermeable. Al llegar a Viamonte y Uruguay el colectivo estaba prácticamente vacío cuando me pare para bajar. Entonces, en el último asiento, vi un paraguas azul largo de varón. No dude un segundo y me lo quedé. Cuando baje del colectivo y lo abrí, paro de llover instantáneamente. En ese momento no tuve dudas, era el mismo paraguas que había comprado en Venecia.

sábado, 7 de junio de 2008

Obediencia debida

La inteligencia militar es una contradicción en los términos. (Groucho Marx)

La típica historia de me contó un amigo, que un amigo suyo, pero te juro que es posta…bueno, no se si es verdad, pero no creo que a nadie le importe.
El hecho es que el fulano en cuestión estaba haciendo la colimba durante duros tiempos de gobierno militar en Campo de Mayo. Parte de su entrenamiento en la feroz defensa de la patria consistía en: Pintar los arbolitos de blanco hasta un metro de altura. Defensa del verde vegetal frente a las hormigas u otras alimañas.
Si bien el tipo era un as del rifle al parecer no lo era con el pincel y el balde de pintura. No se sabe bien si fue su incipiente mal de parkinson o los nervios lo que le jugaron una mala pasada. El pobre sujeto terminó volcando una abundante cantidad de pintura sobre el asfalto.
Asustado trato de limpiarlo por todos los medios sin resultados. Semejante afrenta al orden público no podría implicar menos que unos cuantos fines de semana de arresto. La lucha fue despareja e infructuosa, no había forma de hacer retroceder a la pintura.
Desesperado, perdido por perdido, tomo una decisión a todo o nada. Decidió transformar la mancha en geometría. Tomo como base todo el ancho de la calzada y pinto un cuadrado blanco en el pavimento.
Al revisar su trabajo el sargento quedo conforme con el blanco en los troncos de los árboles. Si bien nunca había visto el cuadrado blanco en el pavimento, este no llamo su atención y nuestro protagonista no sufrió castigo alguno.
El año pasado por primera vez en mi vida, atravesé Campo de Mayo. Me maravillo la forestación, me sorprendió el tamaño de la instalación militar pero sobre todas las cosas no pude creer cuando me detuve frente a un cuadrado blanco recién pintado en el pavimento.
Me había bajado del auto para contemplarlo, cuando paso caminando por el lugar un señor canoso, de pelo corto, peinado con gomina y un bigote de tipo “anchoita” que por ignorancia castrense no pude identificar por su rango. Supongo sería capitán o mayor. No pude contenerme y le pregunte por el origen y sentido de aquella figura en el piso. Me contesto “No se que significa y tampoco desde cuando esta. Eso si, todos los años se lo pinta rigurosamente”.

Termino la con otra genialidad de Groucho “La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música.”

martes, 3 de junio de 2008

Una muda de ropa.

De chiquito siempre me costo entender el significado de la frase. No me refiero al contenido evidente de un par de medias, un calzón y una remera.
A la persona que no puede hablar se le dice muda, así como quien no ve es "ciego" o "sordo" quien no escucha. El idioma castellano carece de una denominación para las personas que no tienen tacto o que no pueden oler u olfatear. Quizás sea porque son sentidos que los seres humanos tenemos menos desarrollados.
Volviendo al tema del post, siempre me pregunte si se llamaba muda porque lo mejor que podía hacer esa ropa era no contar lo que había olido. O si directamente no tenía sentido del olfato y debido a la carencia del castellano la real academia no había encontrado otra forma de denominarla que no fuese “muda”.

Una milanesa a la napolitana


“El sabor de una buena comida muchas veces me sirvió para ver más allá de los límites de mi universo conocido” (1)

Vivo en un edificio plagado de tentaciones de todo tipo. Pero si tuviese que elegir entre mis vecinos destacaría justamente a los que viven contiguos a mi casa. En primera instancia, una pareja donde él es chef y se ve que verdaderamente tiene vocación puesto que se la pasa cocinando. De su ventana surgen infinidad de exquisitos aromas que tientan mi alma de gordo. Y en segunda instancia, a mi vecina “la modelo” por el simple hecho de ser bonita, tener lindo cuerpo y porque cada vez que me visita un amigo, no resiste comentar algo sobre ella.
El año había comenzado hacia muy poco, todavía no había concluido la primer semana de Enero cuando una noche frente a un hambre voraz me pregunte a mi mismo que quería comer. El recuerdo de las fiestas estaba muy fresco, todos lo platos sofisticados y de las más variadas tradiciones que preparan en casa de mis padres había liquidado mi capacidad para lo diferente, para lo destacado. Pero de ninguna manera mi gula. La imagen de una zapatilla 45, desbordante de queso y tomate se me hizo presente. Ya me relamía mientras imaginaba la suculenta milanesa a la napolitana que iba a pedir cuando sonó mi teléfono. Amigos que viven afuera me invitaban a cenar a un resto de Palermo. Acepte gustoso por la compañía pero sabiendo que relegaba toda posibilidad de satisfacer mis mas bajos instintos alimentarios.
Fueron pasando los días hasta casi fin de Enero y por diversos motivos no pude concretar mis deseos. Una noche, solo en casa, vi la oportunidad de mimar mi alma de gordo reprimido. Tome el teléfono y llame al delivery del barrio donde un milanesa y una grande de muzzarela no tienen diferencias de tamaño. Había postergado el asunto mucho tiempo y una milanesita de peceto no me iba a satisfacer. Hable, hice el pedido y la pregunta de rigor ¿Cuánto tarda? La respuesta fue un desconsolador 40 minutos. Hice de tripas corazón y me apreste a esperar regulando la respiración para no desfallecer del hambre y el antojo.
El destino pareció darme una sorpresa agradable y a los 30 minutos por el portero eléctrico se anuncio el manjar bajo la denominación de “pizzería”. Baje corriendo los dos pisos que me separan de la planta baja por la escalera que esta en el patio que hace de corazón del edificio, pague la milanga, le di una buena propina al veloz cadete, olí el manjar casi pudiéndo saborearlo y me dispuse a subir despacio para preservar el tan anhelado plato de un posible tropezon.
Al subir el primer tramo de escalera escuche casi un susurro como si fuese una voz femenina. Seguí subiendo y en el primer piso interprete que el susurro era un gemido, un par de escalones mas arriba no me quedaron dudas de que efectivamente era un gemido y al llegar a la puerta de mi casa escuche claramente como desde la ventana de la modelo se la escuchaba a ella y a un tipo acabar despues de un polvo monumental a toda orquesta.
Abrí la puerta, mire la caja que tenia entre mis manos y me dije “esto es una mierda”.

(1) De mi amigo Ramiro “la mesa de los cortiñas” http://festinperdido.blogspot.com/

Relatos de El Gofo

Hay veces que pienso que seria mejor ser todo un hipócrita o un hijo de puta de esos a los cuales nada los conmueve. Pero no lo soy, me cuesta decir que no, me mueve una cierta sensiblería barata por un pasado indigno de ser recordado con cariño. Y dentro de ese contexto, después de que el Gofo llamo varias veces al estudio accedí a que le diesen mi teléfono celular. ¿Para queeee? Hubiese dicho Olmedo.
La primera vez que se comunico conmigo era viernes. Yo tenía todo el día ocupado y por suerte la noche también. Pero cuando me llamo y me dijo que se iba al día siguiente me pareció posible desayunar con él el sábado. Su llamado nunca llego.
Me había desentendido del asunto cuando el pasado lunes 19 de Mayo sonó mi teléfono. Era el Gofo implacable que había vuelto de Bariloche y quería verme. Quede para ese mismo día a las 20.20hs. En la esquina del Alto Palermo. Ese fue mi primer acto fallido, pero no fue lo suficiente, porque por más que la hora en la cual lo cite era la de entrada y no de salida del analista, llegue con el suficiente margen de tiempo como para darme cuenta del error, buscarlo en la esquina convenida y avisarle. Y su puntualidad hizo merito para salvarse del plantón inconciente.
Salí del analista 21.10hs y el gofo me esperaba en el café havanna cual perro fiel y obediente. Le dije de ir a cenar pero el había comido a las 19.00hs. luego de bajar del micro que lo había traído de Bariloche. Se largo a llover y fuimos a un restaurante peruano que queda en Dorrego y Guevara. Yo comí, el tomo un whisky. Y con el néctar color ámbar en su bazo comenzó a contarme de su vida. Cuando me dijo que cada 45 días viene a Bs. As. me empecé a preocupar. Se caso con una Boliviana, tiene un negocio de ropa que importa / contrabandea ropa del once. Todo como si fuese un negocio fashion. Estudio derecho, pero después tuvo que dejar porque no le alcanzaba la plata. En su fuga a Bolivia, el no te dejo involucrado (no entendía como la gente tenia el teléfono de la casa de tu vieja). Y al ratito nomás vino el primer "vos sabes como te quiero, vos sos como un hermano para mi" a lo cual no supe que responder. Ni a eso ni a "si nos criamos juntos" ni a ninguna cosa por el estilo.
Cuando terminamos ahí me dijo de ir a tomar algo a un bar y por lo dicho en el primer párrafo fui. En el camino, note que él no recordaba fecha alguna, cuando estuvo en buenos aires, hasta que año del colegio secundario (si mal no recuerdo después que termino primero se fue a Bariloche), ni cuando vivió con su tránfuga amigo Federico en su ultimo y "glorioso" paso por acá. Me contó que Sebi lo mando un día a la mierda por la calle. También me contó que le había pedido plata prestada a Palito (el viejo de sebi) y que no se la había devuelto, pero no ataba las dos historias. Me volvió a decir que era su hermano, se termino el segundo Jack Daniels e insistió para ir a otro lado. Otro bar, recoleta preferentemente. Prometió unos tragos en un cabarulo del fino distrito, pero sistemáticamente me negué a ir. Termine negociando en "crónico" Se tomo un par de J.D. más. Me volvió a llamar hermano 15 veces, me contó como fundo el primer movimiento aborigenista en la universidad de La Paz, que por eso lo habían perseguido y no se podía recibir de abogado porque los blancos se la tenían jurada. Me dijo que iba a abrir una inmobiliaria en Bolivia, con su experiencia en la construcción y que quería vender cosas de acá (las que yo hago) y que yo le vendiese a la comunidad boliviana local cosas que el iba a hacer en Bolivia. Le agradecí la confianza y le dije que si tenia algo se lo mandaba pero que no iba a abrir una inmobiliaria temática dedicada a los bolivianos. Me dijo quince veces mas que era su hermano y como me quería.
Pero sobre todas la cosas, me dijo que estaba muy preocupado por vos, que había hablado mucho con tu vieja y te veía mal. Y el por vos se iba a ir a Alemania, porque sos "su hermano". Yo le dije que no hacia falta que te cuide, que tenias problemas como todo ser humano pero que no hacia falta que fuese para allá. Que si quería conocer Alemania podía ser una buena excusa ya que estas ahí, pero que si es por vos, no es necesaria su visita. Supongo que si no le mandas el pasaje estas a salvo.
Insistió en ir a la zona roja a ver los travas o lo que hubiese. Negocie con pasearlo un rato por las cañitas. Y finalmente lo deje en la embajada de EE.UU. para que se tome un taxi.
Pasaron 15 días y estoy descontando los que faltan para que se cumplan sus 45 prometidos y que mi teléfono no atienda llamadas raras.

jueves, 3 de enero de 2008

Demóstenes

Demóstenes fue posiblemente el más grande orador que el mundo haya conocido. La tradición antigua nos ha transmitido detalles de su vida, algunos de los cuales tienen algo de leyenda, como el pretendido tartamudeo de Demóstenes, que éste habría corregido ejercitándose en hablar con un pequeño guijarro introducido en la boca. Lo cierto es que Demóstenes a fuerza de voluntad logró superar los defectos físicos que lo afligían.
En mi tierna infancia lo tenia identificado como uno de los seguidores de Don Gato, junto a Cucho, Benito, Panza y Espanto.
¿Habrá reencarnado en gato?