martes, 21 de octubre de 2008

La ruta de las especies


Días atrás fui a un almuerzo en un restaurante en el barrio chino, ese donde todo el mundo esta feliz.
Pese a mi gusto por las más variadas comidas de distintas culturas, mis elecciones dentro cada gastronomía étnica suelen ser reiterativas. Y si de comida china se trata, rara vez me aparto de un chop suey, un pollo con almendras, unos fideos de arroz o fideos saltados. Esta vez hubo más variedad.
Uno de los comensales pidió un “pollo kun pao” que llego enseguida. Mi gula no tuvo contención y pese a que lo escuche a mi amigo decir “uy, esta picante”. Mi tenedor estaba demasiado cerca de mi boca como para que mi cerebro le ordene frenar y además como siempre comí picante, no le temo. Cuando el tenedor llego efectivamente a mi boca, mi paladar instantáneamente tuvo un deja vu.
Era la primera semana de Junio del año 2000, estaba en Londres alojado en casa de un amigote escocés llamado Gordon. Él tenía la altura de una puerta, el ancho de un ropero, era muy amable y hospitalario, le encantaba beber y cocinar de todo.
La primera noche preparo un pollo estilo hindú. Disolvió en aceite de sésamo comino, cúrcuma, cardamomo, canela, pimentón dulce y sobre todo mucho pimentón picante. Reahogó cebollas y pimientos, salto unas pechugas trozadas, le agrego tomates picados y lo dejo cocinar a fuego lento. Cuando estaba casi listo lo probó y dijo que le faltaba picante. Ahí nomás le vació medio frasco de salsa tabasco.
Sirvió en mi plato el pollo acompañado de arroz, en forma abundante, de acuerdo a su tamaño y mi fama de buen diente. Con el primer bocado mi lengua y mis labios murieron en el acto y sin sufrir. El segundo se llevo mi paladar y de ahí en adelante seguí comiendo con normalidad porque ya no tenía nada que perder.
Pocos días después, al volver juntos de un pub, Gordon estaba exultante. Portugal había dejado afuera de la Eurocopa a Inglaterra y la cara de decepción de los ingleses lo había hecho muy feliz. Ni bien llegamos a su casa se puso a preparar un chili con carne. Si bien estaba más picante que la comida hindú, lo comí sin dificultades por carecer de sensibilidad en la boca. Quizás las cuatro pintas de cerveza que tenía adentro, hayan ayudado. Lo que me desconcertó esa vez fue apreciar al día siguiente que las semillas de los chiles salían de mi organismo sin sufrir cambio alguno. Estaban enteras y producían una sensación de ardor.
Recupere el aliento y seguí comiendo mi pollo kun pao. Aunque nuevamente mi boca había sido aniquilada no pude parar de comer hasta terminar el plato, inclusive sabiendo las calidas consecuencias que me esperaban al día siguiente.