miércoles, 14 de enero de 2009

La edad equivocada

Homenaje a José Narosky
"Hoy me miran las cuarentonas,
Cuando cumpla cuarenta y seis
¿Me van a mirar las cincuentonas?"
(Que bajón)

Recuerdo cuando tenía diez años. En ese entonces me gustaban las chicas más grandes, por lo menos de doce cuando ya empezaban a desarrollar importantes atributos delanteros. Esa fascinación siguió su curso y de esa manera al cumplir quince me gustaban las de veinte, al cumplir veinte las de veinticinco y al alcanzar los veinticinco las muchachas de treinta ejercían una extraña atracción sobre mi.
A los treinta me resultaban lindas las chicas de mi edad, las que tenían algunos años menos y las que eran apenas más grandes.
A los treinta y seis que hoy llevo a cuestas encuentro mas atractivas a las señoritas de veinticinco años que las de treinta y las de treinta por sobre las de treinta y cinco. Tengo miedo de que a los cuarenta me gusten todavía más las de veinte y a los cincuenta las de quince. Si esto es así me habré convertido en un repulsivo viejo verde.

Volviendo al principio. Creo que he vivido siempre en la edad equivocada. Debería haber tenido quince a los diez, veinte a los quince, veinticinco a los veinte y treinta a los veinticinco. Edad de la cual, nunca debería haberme movido. Pero este bendito planeta, insiste en seguirle pegando vueltas al sol conmigo arriba y a mi no me queda mas remedio que seguir cumpliendo los años.

La otra posibilidad es que logre cambiar mis gustos. Así, la próxima vez que pase por un grupito de cuaretañeras y me claven la mirada voy a sentir que estoy en el lugar correcto.

Aclaración a mis amigas. Ustedes fueron, son y serán por siempre hermosas, porque a la belleza que da el cariño no hay paso del tiempo que la pueda cambiar.

jueves, 8 de enero de 2009

Mi abuelo José

No conocía a mi abuelo José personalmente. Ni siquiera digo que no llegue a conocerlo personalmente porque él murió cuando mi papá tenía doce años.
Mi viejo me contó que sus abuelos también se habían muerto cuando su papá tenía doce años. Durante unos años, mi abuelo, vivió sin problemas ya que sus padres les habían dejado cierto patrimonio. Su hermano mayor, el mayor de seis hermanos, era quien administraba la herencia. Hasta que una noche, al volver de una juerga se rompió una pierna al bajar ebrio de un carruaje. Al tener que ocuparse de las cuentas, el segundo hermano en la línea sucesoria descubrió que estaban en bancarrota.
El primogénito demostró ser un bueno para nada y el segundo mostró todo su valor huyendo y dejando al resto de su familia librada a su suerte. La hermana que seguía era mujer, Elisa y el cuarto era mi abuelo José.
Todavía era menor de edad, pero sin renegar, acepto su suerte de tener que ser el sostén de la familia. Dejo el colegio y empezó a trabajar como viajante de comercio. De ahí en adelante mantuvo a su hermana mayor, puesto que quedo soltera, hasta su muerte, y a sus dos hermanos menores. Cuando el varón de estos dos se hizo mayor, mi abuelo le pidió que trabaje y colaboré en mantener a las hermana mujeres, pero este prefirió al igual que los otros hermanos desentenderse del problema y hacer su vida.
Hay un largo periodo de su vida del cual no se nada, hasta el momento en el cual conoció a mi abuela. Ella, ya viejita, me contaba de sus comienzos.
Al momento de conocerse mi abuelo tenía un empresita constructora, había ganado varias regatas y era comodoro del Y.C.O.
Mi abuela había pasado su infancia y adolescencia en Italia, criada por su abuela paterna quien la había retenido hasta su muerte. Se que volvió en el 35´ y que mi viejo nació en el 39´ con lo cual, al momento de conocer a mi abuelo, no hacía demasiado tiempo que vivía en la argentina.
Se conocieron en algún baile, al cual ella asistió con su hermana y una chaperona. Al parecer, el romance prendió enseguida.
En los últimos años, cuando almorzaba en su casa, ella no se cansaba de repetirme su dicho favorito “la suerte de la fea, la linda la desea”.
La cosa había tomado fuerza pero nada era tan fácil. A mi bisabuela, la nona Eugenia, el candidato no le gustaba nada, sobre todo supongo porque era de familia española y no italiana. Tan poco le gustaba el asunto, que la puso a mi abuela en un tren y la mando a Olavarría para que se pase una temporada lejos de su pretendiente junto a sus tías y su abuela que allí vivían.
El plan fue muy bueno pero no tuvo en cuenta ni el romanticismo de ambos que se escribían a menudo ni la determinación de mi abuelo.
Su tiempo como viajante de comercio lo había templado como conductor, tenía auto y conocía las rutas de la provincia. Decidido emprendió el viaje nomás. Al poco tiempo de llegar tenía en el bolsillo a la abuela y a las tías de mi abuela. Sin embargo, la madre no aflojaba. No quería saber nada de nada. Cuando mi abuela se lo contó, José respondió con la misma convicción que lo había llevado hasta ahí “¿Y que problema hay, señorita? En ese caso, nos casamos”.
Dicho y hecho, se casaron.
Como dije al principio no lo conocí personalmente. Su historia, llena de fuerza interior y determinación para sobreponerse a cualquier circunstancia, es una herencia que me encanta.