martes, 3 de febrero de 2009

El triunfo de los utópicos.


Si bien lo había visto algunas veces, diría que conocí a Micho un 3 de enero de 1997, prácticamente arriba de un micro sindical rumbo a Salta.
Unos meses atrás la casualidad lo había juntado con “el ave” en el cumpleaños de un tercer amigo en común. Se miraron a la cara, se reconocieron y casi exclamaron al unísono “vos estudias medicina en el clínicas”. Se pusieron a charlar durante toda la noche y de ahí salieron con un plan loco para recorrer el río Amazonas. Los dos eran estudiantes, ninguno trabajaba ni tenía dinero, no venían de familias acomodadas pero tenían la plena convicción de que lo iban a hacer. Yo me fui pensando en como les gustaba fantasear a esos dos.
En diciembre de 1996 descubrí que yo todavía no tenía planes para mis vacaciones. Para ese entonces Micho y el Ave junto a Herbie no solo tenían armado su travesía al amazonas sino que también habían incluido como parte del viaje cruzar Bolivia y Perú, hacer el camino del inca y conocer Machu Pichu. A último momento hable con el Ave y me enganche en esta primera parte del viaje descartando hacer el Amazonas. Tenía la fuerte y tonta convicción de tener que estar en febrero en Buenos Aires para estudiar y recibirme pronto de arquitecto.
Al día de hoy les agradezco el viaje que hice y me cuestiono ese tonto sentido del deber que me impidió conocer el Amazonas. Yo volví para estudiar pero igualmente tarde un año más en recibirme y ellos se quedaron un mes más atravesando la selva peruana a pie y recorriendo él Amazonas en barco.
Dos años más tarde, el mismo dúo dinámico estaba terminando la facultad. Fue cuando empezaron a hablar sobre irse un año a Alemania y hacer una concurrencia en un hospital. A las dificultades que yo ya había observado para el viaje anterior, se les sumaban un par más: No hablaban alemán y tampoco tenían pasaporte comunitario. Pese a ello, esta vez no desconfié tanto de que lo fuesen a lograr.
Y así fue, después de muchas salidas postergadas y varias fiestas de despedida, un día de febrero de 1999 me entere que finalmente habían partido. El ave volvió para la primavera, después de que su novia que había quedado en Buenos Aires lo fue a visitar en julio. Regreso tan enamorado que al mes le propuso casamiento y se casaron en enero de 2000.
Micho, volvió en noviembre. Ese fin de semana hizo un asado de reencuentro en el tigre y después de un copioso almuerzo y unas cuantas botellas de vino nos fuimos a caminar. Al rato me pasa el brazo por arriba del hombro y me dice en tono de lamento “no sabes, estoy re enamorado”. Cuando le pregunte como era la cosa me contó que se trataba de una chica de Sevilla que había conocido en Heidelberg, Alemania un mes antes y que estaba desesperado. Yo le dije algunas tontas palabras de compromiso como consuelo. Por supuesto, no le creí y me fui pensando “ya se le va a pasar”.
En febrero Micho decidió irse a vivir solo, no tenía trabajo porque todavía no había entrado en la residencia, pero se consiguió una changa como medico de ambulancia que le permitía subsistir alquilando algo con un amigo. Comían en los supermercados antes de la línea de cajas y así tiraban.
En marzo vino la primera sorpresa. Micho me contó Macarena, su novia sevillana, venía pronto de visita a la argentina. Y así fue, con veintiún años se saco un pasaje desde Alemania y sin contarle nada a los padres se vino quince días a la argentina.
Micho entro en la residencia y con los primeros sueldos aprovecho el ante último año de la convertibilidad para ir a visitarla. Y así fue ese año, ella viniendo y el yendo. Conoció a los padres de ella en Sevilla y en el 2001 Maca se instalo en Buenos Aires. Vivieron acá por tres años hasta que Micho termino su residencia.
El 30 de julio de 2004 me encontré contando esta historia en el ayuntamiento de Sevilla, a pedido de Maca, durante su boda. Allí viven hoy en día, tienen una nena hermosa y aunque los extraño me hace feliz pensar lo bien que están.
Al igual que ese 30 de Julio me alegra poder brindar por el mismo motivo, por los utópicos que se animan a realizar sus fantasías y que con su razón nos demuestran como nos equivocamos los pragmáticos.

miércoles, 14 de enero de 2009

La edad equivocada

Homenaje a José Narosky
"Hoy me miran las cuarentonas,
Cuando cumpla cuarenta y seis
¿Me van a mirar las cincuentonas?"
(Que bajón)

Recuerdo cuando tenía diez años. En ese entonces me gustaban las chicas más grandes, por lo menos de doce cuando ya empezaban a desarrollar importantes atributos delanteros. Esa fascinación siguió su curso y de esa manera al cumplir quince me gustaban las de veinte, al cumplir veinte las de veinticinco y al alcanzar los veinticinco las muchachas de treinta ejercían una extraña atracción sobre mi.
A los treinta me resultaban lindas las chicas de mi edad, las que tenían algunos años menos y las que eran apenas más grandes.
A los treinta y seis que hoy llevo a cuestas encuentro mas atractivas a las señoritas de veinticinco años que las de treinta y las de treinta por sobre las de treinta y cinco. Tengo miedo de que a los cuarenta me gusten todavía más las de veinte y a los cincuenta las de quince. Si esto es así me habré convertido en un repulsivo viejo verde.

Volviendo al principio. Creo que he vivido siempre en la edad equivocada. Debería haber tenido quince a los diez, veinte a los quince, veinticinco a los veinte y treinta a los veinticinco. Edad de la cual, nunca debería haberme movido. Pero este bendito planeta, insiste en seguirle pegando vueltas al sol conmigo arriba y a mi no me queda mas remedio que seguir cumpliendo los años.

La otra posibilidad es que logre cambiar mis gustos. Así, la próxima vez que pase por un grupito de cuaretañeras y me claven la mirada voy a sentir que estoy en el lugar correcto.

Aclaración a mis amigas. Ustedes fueron, son y serán por siempre hermosas, porque a la belleza que da el cariño no hay paso del tiempo que la pueda cambiar.

jueves, 8 de enero de 2009

Mi abuelo José

No conocía a mi abuelo José personalmente. Ni siquiera digo que no llegue a conocerlo personalmente porque él murió cuando mi papá tenía doce años.
Mi viejo me contó que sus abuelos también se habían muerto cuando su papá tenía doce años. Durante unos años, mi abuelo, vivió sin problemas ya que sus padres les habían dejado cierto patrimonio. Su hermano mayor, el mayor de seis hermanos, era quien administraba la herencia. Hasta que una noche, al volver de una juerga se rompió una pierna al bajar ebrio de un carruaje. Al tener que ocuparse de las cuentas, el segundo hermano en la línea sucesoria descubrió que estaban en bancarrota.
El primogénito demostró ser un bueno para nada y el segundo mostró todo su valor huyendo y dejando al resto de su familia librada a su suerte. La hermana que seguía era mujer, Elisa y el cuarto era mi abuelo José.
Todavía era menor de edad, pero sin renegar, acepto su suerte de tener que ser el sostén de la familia. Dejo el colegio y empezó a trabajar como viajante de comercio. De ahí en adelante mantuvo a su hermana mayor, puesto que quedo soltera, hasta su muerte, y a sus dos hermanos menores. Cuando el varón de estos dos se hizo mayor, mi abuelo le pidió que trabaje y colaboré en mantener a las hermana mujeres, pero este prefirió al igual que los otros hermanos desentenderse del problema y hacer su vida.
Hay un largo periodo de su vida del cual no se nada, hasta el momento en el cual conoció a mi abuela. Ella, ya viejita, me contaba de sus comienzos.
Al momento de conocerse mi abuelo tenía un empresita constructora, había ganado varias regatas y era comodoro del Y.C.O.
Mi abuela había pasado su infancia y adolescencia en Italia, criada por su abuela paterna quien la había retenido hasta su muerte. Se que volvió en el 35´ y que mi viejo nació en el 39´ con lo cual, al momento de conocer a mi abuelo, no hacía demasiado tiempo que vivía en la argentina.
Se conocieron en algún baile, al cual ella asistió con su hermana y una chaperona. Al parecer, el romance prendió enseguida.
En los últimos años, cuando almorzaba en su casa, ella no se cansaba de repetirme su dicho favorito “la suerte de la fea, la linda la desea”.
La cosa había tomado fuerza pero nada era tan fácil. A mi bisabuela, la nona Eugenia, el candidato no le gustaba nada, sobre todo supongo porque era de familia española y no italiana. Tan poco le gustaba el asunto, que la puso a mi abuela en un tren y la mando a Olavarría para que se pase una temporada lejos de su pretendiente junto a sus tías y su abuela que allí vivían.
El plan fue muy bueno pero no tuvo en cuenta ni el romanticismo de ambos que se escribían a menudo ni la determinación de mi abuelo.
Su tiempo como viajante de comercio lo había templado como conductor, tenía auto y conocía las rutas de la provincia. Decidido emprendió el viaje nomás. Al poco tiempo de llegar tenía en el bolsillo a la abuela y a las tías de mi abuela. Sin embargo, la madre no aflojaba. No quería saber nada de nada. Cuando mi abuela se lo contó, José respondió con la misma convicción que lo había llevado hasta ahí “¿Y que problema hay, señorita? En ese caso, nos casamos”.
Dicho y hecho, se casaron.
Como dije al principio no lo conocí personalmente. Su historia, llena de fuerza interior y determinación para sobreponerse a cualquier circunstancia, es una herencia que me encanta.

martes, 21 de octubre de 2008

La ruta de las especies


Días atrás fui a un almuerzo en un restaurante en el barrio chino, ese donde todo el mundo esta feliz.
Pese a mi gusto por las más variadas comidas de distintas culturas, mis elecciones dentro cada gastronomía étnica suelen ser reiterativas. Y si de comida china se trata, rara vez me aparto de un chop suey, un pollo con almendras, unos fideos de arroz o fideos saltados. Esta vez hubo más variedad.
Uno de los comensales pidió un “pollo kun pao” que llego enseguida. Mi gula no tuvo contención y pese a que lo escuche a mi amigo decir “uy, esta picante”. Mi tenedor estaba demasiado cerca de mi boca como para que mi cerebro le ordene frenar y además como siempre comí picante, no le temo. Cuando el tenedor llego efectivamente a mi boca, mi paladar instantáneamente tuvo un deja vu.
Era la primera semana de Junio del año 2000, estaba en Londres alojado en casa de un amigote escocés llamado Gordon. Él tenía la altura de una puerta, el ancho de un ropero, era muy amable y hospitalario, le encantaba beber y cocinar de todo.
La primera noche preparo un pollo estilo hindú. Disolvió en aceite de sésamo comino, cúrcuma, cardamomo, canela, pimentón dulce y sobre todo mucho pimentón picante. Reahogó cebollas y pimientos, salto unas pechugas trozadas, le agrego tomates picados y lo dejo cocinar a fuego lento. Cuando estaba casi listo lo probó y dijo que le faltaba picante. Ahí nomás le vació medio frasco de salsa tabasco.
Sirvió en mi plato el pollo acompañado de arroz, en forma abundante, de acuerdo a su tamaño y mi fama de buen diente. Con el primer bocado mi lengua y mis labios murieron en el acto y sin sufrir. El segundo se llevo mi paladar y de ahí en adelante seguí comiendo con normalidad porque ya no tenía nada que perder.
Pocos días después, al volver juntos de un pub, Gordon estaba exultante. Portugal había dejado afuera de la Eurocopa a Inglaterra y la cara de decepción de los ingleses lo había hecho muy feliz. Ni bien llegamos a su casa se puso a preparar un chili con carne. Si bien estaba más picante que la comida hindú, lo comí sin dificultades por carecer de sensibilidad en la boca. Quizás las cuatro pintas de cerveza que tenía adentro, hayan ayudado. Lo que me desconcertó esa vez fue apreciar al día siguiente que las semillas de los chiles salían de mi organismo sin sufrir cambio alguno. Estaban enteras y producían una sensación de ardor.
Recupere el aliento y seguí comiendo mi pollo kun pao. Aunque nuevamente mi boca había sido aniquilada no pude parar de comer hasta terminar el plato, inclusive sabiendo las calidas consecuencias que me esperaban al día siguiente.

martes, 30 de septiembre de 2008

Motricidad fina


Dedicado a mi amiga Madda, testigo de mis desastres.

Ayer mientras montaba laminas para entregar un concurso, con mucha prolijidad y precisión, recordé que varios años después de recibido de arquitecto mi papá me comento “cuando me dijiste que ibas a estudiar arquitectura, me preocupe” y en ese entonces yo muy suelto de cuerpo le había respondido “no entiendo porque, vos sabes bien que la arquitectura es una disciplina intelectual y no una artesanía”.
Si cuento mi historia solamente puedo reconocer que tuvo razones para preocuparse.
La historia comenzó a manifestarse claramente cuando yo estaba en segundo grado. Mi maestra, Marta, solía explorar los fondos de mi portafolio. De ahí separaba sándwiches que llevaban días de estacionado, de cuadernos aplastados como por una compactadota contra el fondo. Tiraba los primeros y se llevaba a su casa los segundos, donde amorosamente planchaba hoja por hoja con una pava caliente para traerme nuevamente los cuadernos al día siguiente. A corta edad mi desprolijidad era notoria.
Todo empeoro cuando empecé el secundario, salido de una primaría privada y progre empecé en una escuela publica “sin lugar para los débiles”. En la primera semana conocí a quien sería mi profesora de actividades prácticas, una de las materias más importantes para un bachiller.
En el primer trabajo empezaron mis problemas, dos collages que empezaban en la hoja y terminaban en el pupitre de mi compañero de banco. No entendía de limites, ni los del papel, ni los de la técnica, ni siquiera los de la propia mesa. Mis obras eran como el big bang sin ninguna calidad artística. Para ser claro, un enchastre inmundo de porotos, arroz, yerba mate, papel mal cortado y plasticola en sobredosis. La señora María Teresa Gallardo, era implacable. Sin contemplaciones me puso dos “No alcanzo los objetivos” en forma consecutiva. Pero como lo suyo era la pedagogía les mando una nota a mis padres a ver si me podían ayudar. Y eso hicieron.
Mi papá, profesor titular de la facultad de arquitectura, me propuso que yo le llevase lo que había que hacer que el se ocupaba. Y así, empecé a concurrir a clases con una magnifica caja de cartón con forro y papel de guarda, u block de hojas impecable y muchas cosas mas que causaron el orgullo de mi profesora. Para fin de año, yo era su mejor exponente de la frase “querer, es poder” y terminé con excelentes calificaciones.
Como la vida no es perfecta, la currícula del secundario preveía un segundo curso de actividades prácticas. Y bien es sabido que segundas partes nunca fueron buenas.
Al poco tiempo de empezar el año, me junte con el grupito del fondo, deje de anotar lo que tenía que hacer. Y de esta manera, los duendes del zapatero dejaron de producir las maravillas con las que había conquistado el corazón de mi profesora el año anterior. El año avanzaba y yo no entregaba ningún trabajo, ni bueno ni malo. Mi viejo me hubiese ayudado con gusto pero nunca fue de andarme encima a ver que tenía que hacer.
Así, para fin de año yo solamente había entregado un prolongador eléctrico que me habían prestado y una caja de madera que había hurtado de la preceptoría. El resultado fue una súbita ida a examen de Diciembre, al cual no asistí por tener un esguince en el tobillo. De ahí, fui directo a Marzo.
Transcurrido el verano, me dispuse a dar a la asignatura pendiente. El gran desafió era el “libro cosido”. El mismo consistía en comprar un block. Cortar la parte de atrás, hacerle unas incisiones con una trincheta, pasarle unos hilos en las ranuras, cortar unas tapas de cartón, unir las tapas en forma móvil con cuerina, pegar las hojas con las tapas y forrar la parte interior de las mismas con papel de guarda.
Mi papá y mi mamá estaban preocupados, por más que yo había pasado de año al terminar las clases y nunca había tenido dificultades en la escuela. Pero a diferencia del año anterior donde había liquidado todas las materias a fin de año, todavía en marzo tenia gimnasia y actividades prácticas pendientes.
Con muchos años de anticipación, mis papás, inventaron una estrategia al mejor estilo de los simuladores. Mi papá hacia el “libro cosido”, yo lo llevaba en la mochila, me hacía el que trabajaba y al final del examen cambiaba mi esperpento por la maravilla paterna.
El plan era perfecto y todo transcurría de maravillas durante el examen. Todo estaba tan bien que, en vez de simular, apoyado por tener un as en la manga me puse a confeccionar “el libro cosido”. La motricidad fina brotaba de mi como nunca, cortaba cartones en un perfecto ángulo recto, cosía como nunca, pegaba sin que una gota de boligoma excediese los limites definidos. Todo era tan perfecto que cuando termine, realmente me sentí orgulloso de mi mismo. Y fue tan así que decidí no arruinar una jornada tan buena con una trampa y presentar mi obra cumbre de la prolijidad.
Camine serenamente hacia la profesora, la mire con satisfacción y le dije “termine, acá está”. Ella tomo con las dos manos el “libro cocido” me miro como desconcertada, como con un dejo de insatisfacción e incredulidad por lo que estaba pasando. Diría que casi con la tristeza de alguien que se siente decepcionado. Ella estaba esperando que yo fracase y cuando todo hacia parecer que se quedaría con las ganas, abrió el “libro” y una sonrisa ilumino su cara. Podría decir que le volvió el alma al cuerpo. Me miro fijo, abrió mi obra maestra y me dijo “que pena, pegaste al revés el papel de guarda”. Efectivamente la estampa estaba pegada sobre el cartón y el reverso había quedado a la vista. Sin ningún gesto de piedad sentencio “bueno, nos vemos en julio”.
Mi mamá ya no sabía que hacer, durante ese cuatrimestre me compraba estampitas para que practique bordados, yo le decía que no se preocupe, que dentro de los próximos tres años confiaba en aprobar la materia y recibirme de bachiller. Pero eso no la consolaba.
Transcurrieron los meses y llego el día del examen. Cuando entre ví a mi compañero Hernán, al que le faltaba una mano, quien también tenía una deuda con María Teresa Gallardo. Comprendí entonces que la situación era sería, ahí no había piedad para nadie.
Cuando ella llego, me llamo y me pregunto que había traído y que iba a hacer. Ni bien mencione el “libro cosido” me dijo “bueno, hace eso”. Debo reconocer que a esa altura de mi vida, mi cerebro había olvidado cualquier pista de cómo se hacía mas allá de un pocas y rudimentarias nociones. Corté, pegué, cosí y sobre todo transpire por dos horas a pesar de los cinco grados de sensación térmica. Cuando promediaba la mañana se me acerco la profesora y me dijo “mm me parece que eso no va ni para atrás ni para adelante”. Fue un instante, solo eso. Mire de reojo, ví que un compañero estaba haciendo el prolongador eléctrico, puse cara de “chihuahua compungido”, la mire a los ojos con la mirada triste y conteste “es que yo quería hacer otra cosa”. Creo que ahí nomás debería haber entrado en el conservatorio del San Martín, ya que logre conmover a semejante bruja de tal manera que replicó con tono maternal “¿Qué querías hacer?” “el prolongador” solloce y ella asintió diciendo “hacelo nomás”. Pelé el cable en cinco minutos, lo atornille a los enchufes macho y hembra y lo entregue. Y antes de volver a la normalidad me aprobó con cara de no te quiero ver nunca mas, y me fui silbando bajito.
Años después termine el secundario y con el tiempo me recibí de arquitecto. Ya no me olvido sándwiches en el fondo del portafolio pero creo que no podría hacer un “libro cosido”

lunes, 4 de agosto de 2008

Regalos


Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros. (*)

Será porque nací un 24 de diciembre o quien sabe porque pero no soy un tipo muy adepto a comprar regalos. Y menos que menos, para navidad. Es mi cumpleaños ¿Qué es eso de pasear por lugares llenos de gente que ocupa los negocios, las calles y que hace que los precios suban?
Y todo esto ¿Por qué?
¿Por que la coca cola le pareció que Papá Noel era un buen elemento de Marketing? ¿Qué paso con los reyes magos? ¿Les cortaron el crédito? ¿Pasaron a ser la segunda marca de Papá Noel, al igual que “La Armonía” lo es de “La Serenísima”?
El otro punto es tener que comprar regalos en una fecha predeterminada por el simple hecho de que la tierra pego una vuelta más al sol. Es muy poco inspirador para un regalo. Da lo mismo comprar, ropa, un cd, un libro, una botella de vino o cualquier otro regalo “anónimo”.
Peor aun, hacer de cuenta que uno le regala una licuadora a un amigo que se casa, cuando en realidad lo que esta haciendo es poniendo plata en una casa de electrodomésticos.
El día que mi ahijado aprendió a caminar tuve en claro que merecía un regalo y que lo apropiado era un par de zapatillas. Un buen regalo sería una bicicleta por el simple motivo de que me gustaría ayudarlo a aprender a andar en bici pero seguramente esperare la excusa de que sea su cumpleaños y no el justo momento en el cual sus pies lleguen a los pedales.
A mi hermana en cambio le encanta comprar regalos, inclusive para navidad. Debe ser porque cumple años a fin de enero. Durante muchos años festejo su cumpleaños en familia, cuando fue un poco mas grande lo hizo de vacaciones con alguna amiga y probablemente con Kwai Chang Cain.
Frecuentemente entre ella y mi hermano compran casi todos los regalos que hacemos al resto de la familia. Al volver de hacer las compras navideñas me dicen “falto el regalo de papá, te toca comprarlo”. A esta altura lo dicen resignados, como quien le habla a alguien con “capacidades diferentes”. Saben que a mi viejo le gusta de todo y se va a poner contento con cualquier cosa que reciba.
Eso si, cuando tienen ganas de hacerme sudar me arrastran a la compra del regalo de mi vieja. Ella no escucha música, es muy selectiva con las cosas que lee, a esta altura de su vida no hay nada que necesite demasiado y casi siempre terminamos cayendo en comprarle alguna “pilcha” por Palermo. No puedo evitar sufrir un poco. La misma cantidad o menos de tela que llevaría una remera de hombre, la de mujer cuesta más del doble de lo que costaría en un negocio para el sexo masculino. El paseo suele durar horas para terminar comprando algo que de no ser ropa posiblemente no le guste a mi vieja.
Tengo que reconocer el gran empeño de mi hermana al respecto. Hace unos días se estaba yendo de vacaciones a Córdoba y preguntó que nos traía de las vacaciones. Mi papá contesto “alfajores”. A lo que yo agregue “No tengo problema en que no te acuerdes de mi en todas las vacaciones y compres Havanna en retiro, pero de ninguna manera traigas alfajores rellenos con dulce de fruta como los de Estancia el Rosario”.
Es así, soy un sentimental. Prefiero una buena bebida espirituosa comprada en el free shop a la vuelta a que me traiga un rico licor regional que me parta el hígado. Y creo que si fuese mujer no me ofendería si me comprasen un perfume en las mismas circunstancias antes que recibir un perfume de pachuli comprado a una hippie al costado de la ruta.

* Groucho Marx

domingo, 3 de agosto de 2008

Robolacas



Llevaba un rato dando vueltas en mi cama cuando de pronto escuche unas voces femeninas. Por mi cabeza circulo una apuesta imaginaria como una bolilla girando en una ruleta acerca del idioma que estaba escuchando. Enseguida la realidad me demostró que ese sonido era castellano y con acento típicamente porteño. Lo que hizo de este un hecho curioso fue que mi cama estaba en un Hostel en Berlín al cual había llegado con mi eterno compañero de viajes esa mañana. Un rato después estábamos todos hablando los cuatro con la típica confianza de argentinos que se encuentran de viaje.
A la mañana siguiente mi amigo y yo nos levantamos temprano y fuimos a desayunar. Luego, mientras yo lavaba ropa, el volvió muy contento. Había arreglado una cita con su “novia” polaca, Kasha, quien iba a venir esa noche desde Varsovia acompañada por una amiga, Agnesca. Fenómeno pensé. Un rato después supe que algo estaba mal, había algo que flotaba en el aire y lo empecé a percibir en el momento que nos encontramos con las chicas argentinas, Lorena y Cecilia, y estas de motu propio nos invitaron a salir esa misma noche y les contestamos que desgraciadamente ya teníamos planes y esa era nuestra última noche. No es que fuesen bonitas, ni tuviesen nada demasiado especial, pero hay algo en mi cabeza que suena cada vez que aparece una oportunidad que no se puede aprovechar. Una especie pensamiento mágico que me dice que lo que desperdicie en ese momento lo voy a lamentar mas adelante.
Preocupado por la cuestión me cambie y salimos a caminar por Berlín junto con mi compañero. Después de girar todo el día terminamos en una vinería de una española que se llamaba Aída. Nuestro plan era cenar en la casa del tío de la “novia” argentina de mi amigo y después salir con las polacas. Aída era muy simpática pero por sobre todos sus atributos tenia en escote muy prominente del cual era muy difícil apartar la vista. Después de degustar todo lo que nos dio y comprar una botella para llevar a la cena él se fue a bañar y yo me quede conversando con la española. En algún momento de la conversación salio el tema de la “novia” polaca y la “novia” argentina” de mi compañero y ella me respondió con su mejor acento “pues claro, por la forma que me miraba me di cuenta yo que ese chico es de los que tienen mas de una novia”.
Dice el manual del viajero ratón que si es gratis es bueno, así que sin chistar fuimos a cenar a la casa del tío argentino.
Después, muy puntualmente, nos retiramos para buscar a las kasha y Agnesca en la estación Alexander Platz.
Como eran polacas y no suizas llegaron más de una hora tarde. La “novia” era de altura normal, pelo entre castaño y rojizo y con una buena delantera. Agnesca era enormemente alta, de cara muy bonita y con unas tetas descomunales. Mi socio hizo el papel de noviecito con Kasha y me dejo a la polaca que vino del frió. La sensación era casi de estarla viendo por Internet, estaba ahí pero no había forma de tocarla.
Cruzamos la ciudad a la zona hasta llegar a la zona del Zoo. Salimos de underground en una calle llena de bares muy simpáticos y nos sentamos a tomar unas cervezas. Cuando les preguntamos que querían hacer, las vecinas de Varsovia respondieron para mi asombro que les gustaría ir a bailar salsa. Mire la cara de mi amigo y supe que la respuesta era en serio, no se trataba de un extraño caso humor eslavo ni de ninguna cosa que yo no comprendiese. Sencillamente querían bailar salsa. Nosotros no teníamos ganas de hacerlo y no sabíamos bien como resistirnos cuando ellas descubrieron con gran decepción que igual no podíamos ir. Tras haber examinado nuestros atuendos habían visto que estábamos en zapatillas. En Berlín se baila salsa en zapatos o no se baila salsa. En zapatillas no se puede pasar.
Creo que fruto de su decepción Agnesca decidió tirar su primera frase matadora. Hizo una insinuación de un pensamiento sobre los latinos, tiro la piedra y escondió la mano, entonces le insistí para que dijera lo que estaba pensando. Y lo dijo nomás “un latino, es un hombre que tiene muchas mujeres y les miente a todas”. Sencillamente lapidaria.
Al rato nos dirigimos a una discoteca en la cual admitían gente en zapatillas. No solo eso, también admitían gente vestida con ropa del tirol, disfrazados de astronautas o sencillamente travestís.
El lugar era muy extraño, tenia quince bares adentro que circundaban cuatro pistas, en cada una pasaban distinta música pero sin ningún tipo criterio u orden temático. Después de un tema tecno podía seguir uno punk, luego una balada y continuar con un rock & roll.
Nos sentamos en uno de los bares a un costado de la pista a seguir tomando cerveza en vasos gigantes. Y continué la conversación con la polaca los más amenamente posible pese a saber que la cosa no iba a ningún lado.
En un momento comenzó a sonar un tema de Sigue Sigue Sputnik, ellas se miraron entre si, dijeron al unísono “esta nos gusta” y saltaron a la pista a demostrar lo aprendido en la academia tropical de Varsovia. Si bien los pasos parecían ser técnicamente correctos para un lego en salsa, la gracia para ejecutarlos era propia de Robocop y la marcha tecno que sonaba de fondo poco me hacia recordar al caribe. Ver para creer, con eso me dije que no necesitaba nada mas esa noche y propuse la retirada. Pensé que al menos podría salvar un poco de sueño para el siguiente, pero me equivoque una vez más. Cuando llegamos a la estación de tren descubrimos que el “expreso de oriente” que regresaría a nuestras heroínas de la danza no salía hasta las seis de la mañana.
Faltaban dos horas y decidimos acompañarlas hasta que llegase el tren. Y ahí si, finalmente cogí algo. Un resfrío que me acompaño un par de días más.