martes, 3 de junio de 2008

Una milanesa a la napolitana


“El sabor de una buena comida muchas veces me sirvió para ver más allá de los límites de mi universo conocido” (1)

Vivo en un edificio plagado de tentaciones de todo tipo. Pero si tuviese que elegir entre mis vecinos destacaría justamente a los que viven contiguos a mi casa. En primera instancia, una pareja donde él es chef y se ve que verdaderamente tiene vocación puesto que se la pasa cocinando. De su ventana surgen infinidad de exquisitos aromas que tientan mi alma de gordo. Y en segunda instancia, a mi vecina “la modelo” por el simple hecho de ser bonita, tener lindo cuerpo y porque cada vez que me visita un amigo, no resiste comentar algo sobre ella.
El año había comenzado hacia muy poco, todavía no había concluido la primer semana de Enero cuando una noche frente a un hambre voraz me pregunte a mi mismo que quería comer. El recuerdo de las fiestas estaba muy fresco, todos lo platos sofisticados y de las más variadas tradiciones que preparan en casa de mis padres había liquidado mi capacidad para lo diferente, para lo destacado. Pero de ninguna manera mi gula. La imagen de una zapatilla 45, desbordante de queso y tomate se me hizo presente. Ya me relamía mientras imaginaba la suculenta milanesa a la napolitana que iba a pedir cuando sonó mi teléfono. Amigos que viven afuera me invitaban a cenar a un resto de Palermo. Acepte gustoso por la compañía pero sabiendo que relegaba toda posibilidad de satisfacer mis mas bajos instintos alimentarios.
Fueron pasando los días hasta casi fin de Enero y por diversos motivos no pude concretar mis deseos. Una noche, solo en casa, vi la oportunidad de mimar mi alma de gordo reprimido. Tome el teléfono y llame al delivery del barrio donde un milanesa y una grande de muzzarela no tienen diferencias de tamaño. Había postergado el asunto mucho tiempo y una milanesita de peceto no me iba a satisfacer. Hable, hice el pedido y la pregunta de rigor ¿Cuánto tarda? La respuesta fue un desconsolador 40 minutos. Hice de tripas corazón y me apreste a esperar regulando la respiración para no desfallecer del hambre y el antojo.
El destino pareció darme una sorpresa agradable y a los 30 minutos por el portero eléctrico se anuncio el manjar bajo la denominación de “pizzería”. Baje corriendo los dos pisos que me separan de la planta baja por la escalera que esta en el patio que hace de corazón del edificio, pague la milanga, le di una buena propina al veloz cadete, olí el manjar casi pudiéndo saborearlo y me dispuse a subir despacio para preservar el tan anhelado plato de un posible tropezon.
Al subir el primer tramo de escalera escuche casi un susurro como si fuese una voz femenina. Seguí subiendo y en el primer piso interprete que el susurro era un gemido, un par de escalones mas arriba no me quedaron dudas de que efectivamente era un gemido y al llegar a la puerta de mi casa escuche claramente como desde la ventana de la modelo se la escuchaba a ella y a un tipo acabar despues de un polvo monumental a toda orquesta.
Abrí la puerta, mire la caja que tenia entre mis manos y me dije “esto es una mierda”.

(1) De mi amigo Ramiro “la mesa de los cortiñas” http://festinperdido.blogspot.com/

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Moraleja: tenes que ser 100% gordo y tomar el ascensor. Me divirtió el relato

El inconsistente dijo...

Que historia

Quiero fotos de esa nena

Julius dijo...

Como cuento corto es impecable, digno de Fontanarrosa.

Julius dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Nippur de Lagash dijo...

Tu vecina está bien buena, y lamento haber sido uno de los que hicieron comentarios sobre ella.
De todos probablemente el mas desubicado.
Que bocota que tengo a veces.

Nippur de Lagash dijo...

Y para resarcir el daño que pude provocar con mi bocota cito:
"Remember men, we're fighting for this woman's honor; which is probably more than she ever did."
Groucho Marx

Unknown dijo...

Fue un polvo monumental, un polvo a toda orquesta pensó la modelo mientras miraba sus torneadas piernas. Todavía conservaba el tono cobrizo adquirido en Punta sobre su cuerpo transpirado. Segundos después miró con un cierto tedio a su ocasional pareja, no encontró tema de conversación. Volvió a su cuerpo, perfecto, entrenado a dieta y gimnasio, su orgullo. Todavía no había apelado a ninguna cirugía estética para combatir un tiempo que aún no había pasado. Sus pechos no eran enormes, sin embargo eran proporcionados. No soy un gato de esos que se pasean por la tele pensó con renovado orgullo. Repentinamente, por la ventana entreabierta comenzó a penetrar un aroma que al principio le costó identificar. Cada vez más intenso, desde el patio surgía el recuerdo de una comida que fue desplazando de a poco al olor del sexo reciente. Era eso, milanesa a la napolitana, cuanto hacia que no comía una milanesa a la napolitana, años, muchos años. Volvió a mirar la esbelta figura de su amante, volvió a su cuerpo perfecto, volvió a sentir el penetrante aroma. Años sin una milanesa a la napolitana, “Mi vida es una mierda”
Julius, tu hermanito.
PD: Agradezco a Nico que me dio la idea.